jueves, 4 de octubre de 2007

Y al final de la gran noche...
cuando la princesa plateada
se quita su vestido de gala,
el creador,
tras arduo trabajo sin reposo,
se permite contemplar su obra.
Extasiado, deja caer aquel manto
estrellado que la cubría.
Ahí está, la vieja tierra que creyó
reparar y purificar en las horas de obscuridad
realiza su magnífica y estruendosa entrada.
Pero... algo sucedió, el mundo feliz que
había imaginado se esfumó
y en su lugar sólo quedó
el bajo mundo, mostrando sus
profundas fisuras, la eterna muerte,
su pegajoso olor a sangre.
Una tierra donde las lágrimas
fertilizan el suelo, formando lúgubres arroyos
alimentando a las hermosas flores
que muestran orgullosas sus venenosos pétalos.
Y después, después de este espectáculo,
nuestro infeliz creador logra distinguir
a las pequeñas figurillas , sus artistas
principales, aquellas sombras sin alma que
despiertan de la muerte de los sueños.
Uno a uno cae de rodillas sobre el lodo,
rezando, implorando un poco de felicidad.
Él los mira una vez más con esa
mirada impotente y lastimera, pues,
la culpa es suya.
Horrorizado, cae aquel ser,
cae cada vez más abajo, hasta llegar
al magnífico río, para que sus dulces aguas
lo bañen, haciéndole olvidar las desgracias humanas.
Y así, siglo tras siglo , se repite esta tragedia,
donde el artista intenta mejorar con desesperación
su primitiva obra, su pequeño juego.
Sufre, ya no le pertenece.
Y...
Quizá algún día,
el mundo perfecto
surgirá de las cenizas ,
el día en el que la musa regrese
al palacio de los dioses.

2 comentarios:

David Navarro dijo...

ay... vivir en el arte suena tan dificil cuando ni siquiera podemos definirlo.

Miriam García Aguirre dijo...

hola. te deseo suerte con este espacio. sigue escribiendo!!
saludos.