jueves, 4 de octubre de 2007

Un cuento mhhh

Era cerca del 1890, me encontraba en mi magnífica casa de Londres, con sus amplios jardines y sus seductoras enredaderas que enmarcaban la imponente torre. Tendría casi 30 años. En ese tiempo era considerado uno de los caballeros más odiados y admirados de la sociedad. Mis destacados conocimientos en las ciencias y en el arte lograban conquistar a todos. Mi escandalosa vida antes del matrimonio, sólo era perdonada por aquellos títeres danzantes de la vida sin un pensamiento real en su cabeza, debido a mis encantadores modales, la ironía en mis palabras, la belleza de mi aspecto y por supuesto mi incalculable fortuna.
Mi infancia la pasé en escuelas alejadas de mi patria, tal vez las mejores escuelas del mundo. A los 20 años de edad, cuando murió el último lazo que me unía con mi odiada familia, mi padre, regresé a Inglaterra con el fin de disfrutar la herencia que me había dejado como el pago a su falta de atención
Después de 9 años de vida disipada, conocí a la más hermosa de las criaturas, no existirían palabras para describirla, era perfecta. Quedé impactado con su imagen que aún ahora recuerdo, ella jamás cambió nada, siempre lucía majestuosa. Llevaba siempre el mismo collar el día en el que la conocí, cuando la hice mi esposa y por supuesto en esa trágica noche. Jamás me había permitido ver cuál era el secreto de ese antiguo collar, supuse que dentro guardaría la foto de algún ser querido, muerto o vivo, tal vez de un viejo amor.
Pasé así los primeros meses de casado en una alegría inimaginable. Sólo que había una pequeña marca obscura en aquella dicha. Riana -ese era su nombre- nunca hablaba, jamás pronunció mi nombre, bueno, sólo una vez. Ella me miraba de ese modo tan extraño, que nunca mujer alguna sobre la tierra podría igualar y simplemente lloraba, cuando le pedía de mil maneras que me dirigiese la palabra. Puede parecer extraño que sin conocerla me hubiese enamorado de ella, pero esos bellos ojos no podían dejar de mirarse una vez que te habías adentrado en ellos, tenían un hechizo.
A medida que pasó el tiempo, la felicidad se fue desgastando, ya no la veía, me indignaba su falta de sentimientos, su rutinaria vida y sus repetitivos modales, me irritaba la idea que no me amara. Empecé a odiarla. La obligaba a hacer las cosas más bajas, insultándola y burlándome de las ardientes lágrimas que corrían por sus mejillas. Pobre, sólo me miraba. Poco a poco, fui aislándome de todo lo que antes me causaba un enorme placer, la naturaleza me parecía un cadáver que cambiaba su aspecto, con las estaciones, pudriéndose cada día. Me pasaba horas enteras en mi alcoba, tan alejada de la de ella. Nunca veía la luz del sol y debido a esa soledad que me embargaba me adentré en conocimientos que casi ningún hombre tenía el valor de realizar.
Hasta que un día cayó en mis manos un pequeño libro que me regaló no recuerdo qué personaje, ahora que lo pienso, jamás supe quién me lo obsequió. Sólo recuerdo que lo recibí en una mañana fría y de inmediato lo leí, coincidía perfectamente con mis investigaciones. Encontré una hoja marcada y de inmediato, una terrible idea se apoderó de mi cerebro. Tenía en mis manos la fórmula exacta para matarla, sí, mataría a aquella mujer tan odiada y amada que me había hecho infeliz todo ese tiempo, la que me había hecho sufrir lo que ningún hombre ha sufrido. Sí, Riana pagaría su desprecio.
Entonces de manera repentina un cambio se produjo en mí, preparé todo para que muriera exactamente el día de nuestro aniversario de bodas. No deseaba que ella se enterara de mis planes así que fingí durante algunos días. La seguía e intentaba pasar con ella el mayor tiempo posible. Me quedaba horas enteras mirando su hermosa figura, embelesado ante su belleza. Ella jamás me hablaba. Pero un cambio casi imperceptible se produjo en ella, sostenía su collar y, de la nada, copiosas lágrimas caían de sus ojos más a menudo, mucho más a menudo que de costumbre. Parecía que en esas semanas había envejecido hasta parecer casi de mi edad, sólo tenía 20 años, posiblemente presentía su muerte.
Al final, el plazo se cumplió, el 24 de diciembre, el día de nuestro aniversario, mandé a que se pusiera una ropa hermosa que le había comprado unos días atrás, ningún sirviente se quedó esa noche en casa, éramos sólo ella y yo. Me agradó verla con esa ropa y por primera vez se peinó de modo diferente, una pequeña cinta plateaba anudaba su cabellera negra, pero llevaba el mismo collar. De algún modo presentía que ahí se encontraba el secreto de su vida, un secreto que no quería descubrir. Durante ese año hubiese podido verlo a la fuerza en cualquier momento, pero el miedo inexplicable que me invadía era mayor a cualquier curiosidad.
Como de costumbre, durante la cena, su cara se mantuvo sin expresión alguna, sin una palabra, acaso dos lágrimas se asomaron durante esas horas que me parecían interminables. Sentí una lástima infinita por ella, sabía lo que le iba a hacer y era horrible, pero se lo merecía, no era digna de compasión alguna si jamás había sabido amar al hombre que la idolatraba.
La lleve a su alcoba, no ofreció resistencia alguna, coloqué la bandeja donde se encontraban las copas de vino tinto, yo bien sabía que sólo con probar un trago del amargo veneno moriría casi inmediatamente, no sin antes sufrir terribles dolores y sentir como se iba quemando y desfigurando su hermoso cuerpo. La miré por largo rato antes de ofrecerle el amargo líquido que asemeja a la sangre. Ella ya no lloraba, sólo me miraba.
Al fin me decidí, era casi media noche, acerque la bandeja a dónde ella estaba, chocamos las copas, produciendo un sonido sordo, un sonido que nunca olvidaré. Antes de beber, por sólo un segundo ella me sonrió, sus dientes eran perfectos y su sonrisa esplendorosa, me llamó por mi nombre, quedé perplejo, todo pasó tan rápido, que no recuerdo el momento en el que ella bebió aquel veneno escarlata y todo terminó.
Lo que sucedió en las horas que prosiguieron es imposible de relatar, jamás su indiferencia me habría causado un dolor tan grande como su muerte, lloré durante horas, sin atreverme a levantarme de mi silla, mirando perplejo la obra de mi maldad, de mi locura y mi odio. Sus ojos se mantuvieron abiertos, era lo único que se podía distinguir de su desfigurado rostro y me seguía mirando, no podía apartar mi vista, hasta que por fin el cansancio y el sufrimiento me permitieron observar su rostro completo, se detuvieron por desgracia en su boca, había muerto con esa sonrisa, pero era ahora una sonrisa terrorífica distorsionada por la muerte.
De pronto, algo llamó mi atención, su cuello, aquel antiguo collar que parecía que la había acompañado desde siempre, después de un largo rato decidí a mirarlo, rápidamente. Nadie puede imaginar siquiera el horror que me produciría ver aquella foto, esa imagen que me ha atormentado por el resto de mis días y que me convirtió en lo que soy ahora. Desde aquel instante nadie ha escuchado mi voz y sólo ahora, cuando veo que el final de mi vida se acerca, me permití escribir la historia que me mató en vida, como a ella. Riana, ¿cómo iba a imaginarme que la foto que guardabas con tanto recelo era la misma imagen de tu muerte? Tus ojos abiertos y la sonrisa torcida por la muerte que, en ese momento, aún veía a escasos metros de mí….

3 comentarios:

Consolation Des Arts dijo...

Este es un cuento que hice hace poco para una clase, es basado en un cuento del señor Edgar Allan Poe: "El corazón delator". Aunque me decepcionó un poco porque me pareció casi igual a "El gato negro", pero bueno, quién soy yo para criticarlo. De cualquier modo modo, yo en serio no pretendo ser escritora. Ja! Ahí se queda,

Anónimo dijo...

Simón clara, es casi igualito a los de Poe..pero pues tiene su atractivo, estúvo cool ese detalle del collar, me like it..

David Navarro dijo...

al principio sono como mi vida pasada, despues me gusto mas, la idea conm el tiempo y las posisiones casi me confundia pero al final despeje todas mis dudas.

Dos pulgares arriba!! me gusto y me asusto saber el juego de posisiones; me encantaria saber de donde salio ella, que hacia ahi? con el?