miércoles, 7 de noviembre de 2007

Otro cuento....triste, porsupuesto

Leonor

Transcurría el año de 19…en un lugar extraño, donde el tiempo parecía haberse detenido en el siglo anterior. Por las calles podían verse viejas construcciones, con jardines inmensos que despedían aromas arrebatadores. No había muchos habitantes, a primera vista parecía un pueblo fantasma. Las únicas fiestas que se celebraban ahí, eran las bodas o los entierros, naturalmente, con la misma emoción. Todos se conocían y se guardaban un cariño silencioso o un odio fraternal.
En la propiedad más alejada, vivía Leonor, una bella joven de veinte años de edad de carácter dulce y bondadoso. Sólo tenía por compañía a su madre Leticia, una triste mujer que había dejado de sonreír al quedar viuda algunos años después de su nacimiento. Poseían una gran fortuna, pues el padre era un importante funcionario que habían asesinado en uno de sus continuos viajes. La vida de estas mujeres transcurría de manera tranquila. Ocupaban gran parte de su tiempo atendiendo las tareas cotidianas, que eran muchas, pues nunca habían tenido personas que les ayudaran. Jamás tenían tratos con nadie.
El desprecio que sentía Leticia ante el mundo entero, la había convertido en una mujer severa. En muchas ocasiones había castigado a su hija por haber cruzado palabra con un desconocido o con la persona que llevaba las flores para adornar la mesa. Ella siempre se encargaba de esos asuntos de manera rápida y sin cortesía. Leonor no sabía mucho de su familia, posiblemente no tenía. No sabía leer ni escribir, jamás se le permitió ir a la escuela. Todo lo que sabía era por haberlo oído mencionar a su madre a la cuál adoraba después de todo. Era feliz, jamás se dio cuenta de la estrechez de su mundo. Nunca conoció el odio, ni el amor, ni las desilusiones. Su casa significaba su mundo, las sensaciones, su compañía y la imaginación era el único escape a la cotidianidad. La libertad, para ella, era sonreír al sol y llorar con las estrellas.
Sin embargo, en la siguiente primavera Leonor enfermó de modo repentino. Una tremenda debilidad le impedía levantarse de la cama. Fueron largos meses en los que padeció terribles dolores. Su piel, antes blanca como marfil, se ponía cada vez más gris, marchita y en sus ojos había un brillo extraño, semejante al brillo de la muerte. El médico dijo que no tenía cura y no podía precisar cuánto tiempo le quedaba de vida, podrían ser días, meses, años. Así, la sentencia estaba hecha.
La medicina recetada calmaba momentáneamente el sufrimiento. Había días en los que se mejoraba un poco y hasta podía sostener pequeñas conversaciones con Leticia, que no se había separado de ella un instante y velaba siempre su sueño. La mayoría de las noches, su pobre mente enferma era atormentada por monstruosas figuras, que se apoderaban de su imaginación, gritándole cosas terribles al oído, rozando con los sucios colmillos su piel, dejándole tenues llagas. La querían a ella, tan inocente. Nunca temió a la muerte, jamás escuchó un cuento de fantasmas, ni leyendas, ni hadas. Pero le aterraba seguir en esa agonía. Así que una idea fue formándose en su cabeza, dándole vueltas y presentándose como el único modo terminar con ese martirio.
Una mañana, en la que el sol se filtraba por las livianas cortinas de la habitación, despertó y vio a su madre con los ojos fijos en ella. Lloraba, se veía varios años mayor y terribles arrugas enmarcaban sus ojos. No sabía cuanto tiempo había transcurrido, le parecía como fuera apenas ayer que regaba las flores del jardín. Recordaba el olor que venía de la cocina en la última cena que compartieron antes de caer en esa agonía, su madre le habló de lejanas tierras y de la maldad de los hombres.
Entonces, con terrible voz, le pidió a Leticia que la matara. Le contó de su locura, los sueños, la incertidumbre. Le imploró que le permitiera descansar en el cementerio, ahí donde los muertos y los demonios viven en amarga armonía. Le habló de la gloria del cielo. Por supuesto, la madre se negó, a pesar de que se lo pidiera por tanto tiempo.
Cada día la situación se tornaba insoportable. Hasta que una fría noche de noviembre, en la que las sombras gritaron desesperadamente y el delirio fue más fuerte que nunca, Leticia, al ver el dolor insoportable de su pobre hija, tomó un cuchillo afilado, se acercó a su dulce cuello y le cantó su canción de cuna. Leonor abrió los ojos, sonrío y…
Los árboles habían perdido todas sus hojas ya, pero esa mañana, sobre una tumba reciente, apareció misteriosamente una hermosa orquídea morada y al lado un cuerpo viejo yacía ya sin vida, también….

5 comentarios:

Todos tus muertos dijo...

Maldita sea, no puedo leerlo, me tengo que ir. Será mañana, ciao.

Todos tus muertos dijo...

Mi espirítu se quedó tranquilo. Me sentí como en un cuento de Poe, pero bañado con otro perfume. Los adjetivos que escoge hacen del relato algo sublime y suave sin perder emoción.
"Una mañana, en la que el sol se filtraba por las livianas cortinas..." Las livianas cortinas..., se siete bien.

Consolation Des Arts dijo...

Debo agradecer ese otra vez sus comentarios sr... "otro perfume"... a mí me gusto esa frase.
PD. Ahhh, si pudiera esperar algo...me gustaría poder entender más cosas...como la última entrada en su blog, porque admito con humildad que no entendí de lo que se trataba...en fin, sólo espero que mi vida no sea tan corta para poder aprender más cosas... ojalá

Todos tus muertos dijo...

No es nada, sólo un ejercicio con palabras llenas de letras "p", creo que los literatos les llaman aliteraciones o algo así. Voy a ver, saludos.

estefani dijo...

chupa chups